jueves, 15 de octubre de 2009
Crónica de una noche de oferta en Pizza Hut
A Billy, que entiende más de estas cosas que yo, para que se ría.
¿Se puede ser más sala de emergencias, más biombo, más testigo entre cojines del ramillete de tics nerviosos de Rafelito? ¿Se puede ser más FODESAF, más blanqueado y vallecentralista? ¿Se puede ser más diputado independiente alineado con los 38? ¿Se puede ser más bestia al volante? ¿Se puede estar más estancado en el Porvenir de los Desamparados? ¿Se puede ser más hijo de las consultorías del BCIE? ¿Se puede ser más pioresnada? ¿Más pacifista? ¿Más cadaquiénensucasaydiosenladetodos? ¿Se puede ser más exvoto en las vitrinas de la Negrita? ¿Se puede ser más dioselopague? ¿Se puede ser más Certificado de Abono Tributario? ¿Más bono de la vivienda? ¿Más universitario de carrera? ¡Váyase usté a la mierda!
Descreído como el que más fui anoche a la casa de Walter y Jimena, unos amigos que nos invitaron a mí y a mi primera esposa a ver el partido de la selección nacional contra Estado Unidos. Yo, que no daba un cinco por ese fútbol nuestro de cada día que tiene el techo cada vez más cerca del suelo (como les acomoda a los corazones enanos), me dije, como la “gambeta” de Saborío no me emociona mucho que digamos, vamos a pasar un rato sabrosito con cervezas y güisquitos y la voz patriarcal de don Pilo Obando de fondo, nos ponemos borrachitos y que nos cuenten cómo les fue en el viaje a México del que acaban de regresar hacía dos días.
Pero maldita sea, que empieza el partido y que están jugando bien, mueven la pelota con elegancia, se les ve seguros, pasan al toque con pases certeros y entonces me preguntaba yo, todavía escéptico, ¿pero y esos quiénes son? No sé si fueron las cervezas o el ambiente familiar en que se había envuelto la sala de la casa de Walter y Jimena (Estaban don Leo, el gritón, grandilocuente y hospitalario padre de Jimena, Ariel que es su hermano y es un muchacho que hace películas y usa el cinismo como un guante blanco y doña Chisti, la madre, que llegó para el segundo tiempo, pobre). El caso es que las exclusas clausuradas al sentimentalismo futbolero de mi corazón empezaron a abrirse de a poquitos y ¡zas!, de vuelta a la fácil y nostálgica grandeza de Italia 90 cuando yo tenía diez años y guardaba en un libro de fieltro azul una foto que me autografió Gabelo Conejo en San Ramón a su regreso triunfal.
Minuto 20 y tómala que es tuya, por fin pude conocer a ese tal Bryan Ruiz que la televisión por cable contaba que hacía maravillas y goles en Holanda, qué amague, qué control, qué manera distinguida de definir. El equipo jugando como un organismo cuyas partes se movían al compás de imanes invisibles. ¡Otra cerveza para aliñar la algarabía! Sólo la Macha, que es mi esposa y sigo sin aprender a hacerle caso, me decía impávida: No se merecen nada, son unos arriados de mierda. Pasaron 3 minutos y el mismo Ruiz se jala otro golazo digno de todas las frases hechas que tiene el fútbol para esas ocasiones. Todo gritos y buena salud, mis colibríes de aficionado re-hidratados y aleteando. Jimena bailaba, Walter como un hipopotamito clavadista, don Leo vehemente y corajudo apunto del moco de la alegría. Pero es que están jugando como querubines, decía yo, y Ariel, no: ¡como eunucos¡ y todos festejábamos. Alegrón de burros, decía la Macha y yo que no la oía.
Los quince minutos del descanso sirvieron para terminar de comernos la pizza que había ordenado Jimena y regodearnos en la repetición de los goles, por un momento pensé en lo que otra amiga dice que decía su abuelo: El 2 a 0 es el más peligroso de los marcadores, pero me ahorré el comentario y lo guardé dentro de mis temores más profundos.
Empezó el segundo tiempo y empezó la procesión, los mismos jugadores otro equipo. Llegó doña Chisti, se sentó cinco segundos y fue a refugiarse en la cocina, ese es su agüizote porque por algún motivo, si la Sele va ganando y al final pierde le empieza a crecer la culpa.
2 a 1, hace un gol Estados Unidos, el equipo echado atrás esperando y como si la bola fuera de carbón ardiente, no la sostenían ná de ná. Todas las oraciones puestas en san Keylor Navas, eso no se hace por la puta. De vuelta a la agonía, lo mismo de siempre nos decíamos ¡yo que venía en visita secular bajando ángeles! Y la Macha autárquica encendiendo cigarrillos que fumaba placidamente. Enredos en la cancha, enredos en el banquillo y al minuto 94, faltando 20 segundos para el pitazo final viene Jonathan “Bornstein” -que más que manchado nació para manchar de realidad a la afición costarrisible (diría Carlos Cortés )- y de un cabezazo nos amputa el pie que ya teníamos en Suráfrica.
¡Ay, las lamentaciones de los ticos! Walter indignado clavándose alfileres en el hígado, don Leo con despecho: de todas formas a mí me queda mi México lindo, Jimena dándole contención psicológica a doña Chisti, que no es tu culpa mami. Ariel apátrida, qué festejen los gringos, si es que por eso son potencia del mundo, que festejen los hondureños, se les paga para que vayan al mundial y guess what? ¡van!
Pero es que si yo ya no estoy para permitirme estas cosas, le decía a la Macha que me daba palmaditas en la espalda, y lo peor es que no son ni las ocho de la noche, si yo debería estar en la casa viendo Girls of the Playboy mansion y con el libro de Fernández Lárrea que me prestó Fabian, abierto y llenándose de polvo en la mesita de noche.
¿Se puede ser más voto útil? ¡Váyanse para la mierda! El catorce de noviembre pasaré la noche con Walter jugando Tonto y tomando té de menta.
Porvenir, 15 de octubre 2009
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